Modo claro/ Modo oscuro

jueves, 9 de julio de 2020

Sombras Divididas - v1 - Capítulo 6

 6 - Raidha


Raidha no sabía cómo reaccionar ante lo que había dicho su padre. Todo lo que había ocurrido era culpa suya. Ella solo quería ver algo distinto a esa ciudad. Estaba cansada de aguantar la monotonía de su custodiada y sobreprotegida vida. De repetir la misma rutina aburrida una y otra vez.


Cada día, cada rincón, cada rostro, no podía soportarlo más, no quería soportarlo más. Por eso escapó… Aspiraba a ver las maravillas que los distintos mundos ocultaban para ella. Pretendía regresar antes de que nadie se diera cuenta de su ausencia, sin armar ningún alboroto, pero al final todo se había torcido. 


«¡¿Por qué tenía que encontrarme a una katryde en ese lugar?!»


Raidha se lamentó por su mala suerte, aunque quizás en realidad no fue tan simple como mala suerte. Lo más probable era que ese encuentro no había sido mera casualidad. Esa chica la había descubierto prácticamente en el mismo momento en el que piso ese mundo y la había atacado sin dudar lo más mínimo. Raidha sintió miedo al pensar que esa katryde pudiera haberla seguido hasta el punto de descubrir su hogar y rogó con todas sus fuerzas para que no fuera el caso. 


«¿Por qué peleamos? ¿Por qué tengo que ser atacada simplemente por ser una silphen?»  


Le dolía el pecho por la frustración. Estaba harta de esa cacería que no parecía dar signos de acercarse a su final. Raidha odiaba a los katryde, ¿cómo no podría hacerlo? Por su culpa les tocaba vivir escondidos, pero odiaba más la guerra y, en ese mismo momento, se odiaba incluso más a sí misma por haber arrastrado a Drayd hacia esta situación.


«Si no me hubiera escapado nada de esto habría pasado. He puesto en peligro a todos los silphen y ahora…»  


Mientras Raidha se perdía en su mente e intentaba contener las lágrimas, Drayd le robó a Vurtalis directamente de su cintura. 


—¡Oye, espera! ¡No hagas ninguna locura! 


Raidha se giró rápidamente, con la intención de recuperar su amada espada, pero se bloqueó completamente al ver lo que ocurrió en apenas un par de segundos. Todo el cuerpo de Drayd empezó a dejar salir algo parecido a humo.


«¿Qué es esto?»  


Raidha retrocedió un par de pasos instintivamente. Un inexplicable escalofrío la recorrió de arriba a abajo, junto a un creciente sentimiento de terror. 


Drayd cerró sus ojos y relajó el cuerpo hasta tal punto que parecía haberse quedado dormido de pie justo delante de Raidha. Incluso bajó a Vurtalis, que había levantado anteriormente hacia los silphen que se le acercaban. Todo apuntaba a que había decidido no oponer resistencia pero...


—¡No os acerquéis! —Raidha les gritó a los guardias.


Ni la propia Raidha tenía claro por qué había gritado eso, ni ninguno de los guardias le hizo caso alguno. Uno de ellos cogió a Drayd del cuello con brusquedad. En ese mismo instante, Drayd sonrió con una sonrisa sádica y retorcida, que terminó de congelar la sangre de Raidha. 


—¡Aléjate de él! —Raidha le advirtió al guardia.


Las sombras que salían del cuerpo de Drayd se alteraron y empezaron a salir violentamente de su cuerpo. Su cabello sufrió un cambio instantáneo, sustituyendo su color castaño por el blanco puro de la nieve recién caída del cielo, que contrastaba con el color negruzco de las sombras que se filtraban a través suyo.


El guardia salió volando hasta chocar contra una pared. El silencio se hizo en la sala al no haber nadie que entendiera lo que acababa de pasar. Lo único que se podía ver era a Drayd con el puño alzado.


«¿Le acaba de dar un puñetazo? ¡Imposible, no hay forma de que haya mandado a un guardia a volar con un solo golpe. Un momento… ¡¿Qué le ha pasado a mi espada?!»  


Raidha clavó su mirada en su otra mano, donde sujetaba a Vurtalis, que había cambiado completamente. En realidad, pensándolo fríamente, no era tan raro. Se trataba de un arma que se adaptaba a su portador. Su filo y tamaño variaba por completo dependiendo del poder de su usuario. 


La de Raidha era una espada corta de doble filo, de unos sesenta centímetros de largo. La hoja ocuparía unos cincuenta de largo y siete de ancho. La de Drayd, en cambio, se volvió más larga. Su hoja superaba los cien centímetros y tenía un solo filo que se doblaba en un extraño arco, haciendo que se pareciera a una afilada garra.


Los guardias, que habían quedado algo embobados, enseguida recuperaron la compostura y se prepararon para pelear. Su mirada estaba fija en Drayd, mostrando una mezcla entre confusión y rabia. Aún con esa sonrisa retorcida en su cara, Drayd abrió los ojos con calma.


«No me lo puedo creer…»  


Raidha tembló al ver esos ojos, que se habían vuelto de color rojo, como los de su propia raza. No, en realidad no eran iguales. Su tono era ligeramente distinto. Al observarlos, uno parecía estar mirando directamente a un lago de sangre que se precipitaba dentro de un pozo sin fondo, lleno de la más profunda oscuridad.


Esos ojos hicieron que Raidha se asustara como nunca antes lo había hecho. Lo que estaba viendo parecía ser un ser creado con la única intención de devorar cualquier persona que se le pusiera por delante, eliminando incluso su propia existencia. 


«¿Yo te he hecho esto?»  


Dos de los guardias atacaron a la vez desde ángulos distintos. Sin mediar palabra, Drayd extendió la mano libre y, tras recibir un fuerte y rápido golpe, ambos guardias cayeron al suelo. El sonoro alboroto llamó la atención de algunos guardias que estaban fuera de la sala. Estos entraron a toda velocidad, mirando la escena, atónitos. Drayd enseguida se fijó en ellos y empezó a andar sosteniendo la espada en un agarre invertido, arrastrándola por el suelo como si fuera un peso muerto y dejando sonar un chirrido insoportable al rasgar la superficie. 


«¿Qué demonios está pasando? ¿Cómo es posible que todo haya terminado así?»  


Pasos se podían oír desde el extremo oeste del corredor. Otro grupo de guardias entraron para valorar la situación. El que parecía ser el líder levantó su espada y alzó la voz hacia sus camaradas, haciendo que todos desenvainaran sus armas.


—¡Suelta esa espada y ríndete ahora mismo!


Como antes, no hubo respuesta a esa frase. Ese mismo silphen, notablemente irritado, cargó sin más hacia Drayd. Puesto que no había visto lo que había sucedido unos minutos antes de su llegada, no se imaginó que eso no era una buena idea. Su ataque no llegó a nada. La espada en sus manos saltó por los aires y se clavó en la pared. Seguidamente, Drayd cogió del cuello a ese silphen que se le había lanzado encima y lo lanzó de regreso contra el grupo que le acompañaba. No se esperaban eso, así que no pudieron evitarlo; unos cuantos terminaron en el suelo.


—¿Qué estáis haciendo? Realmente no podéis con ese chico? —se escuchó desde el fondo de la sala. 


El padre de Raidha observaba la situación con una calma que no correspondía al momento, incluso parecía aburrirse con el espectáculo mientras apoyaba su cabeza en su puño izquierdo. De todos modos, su mirada estaba fija en Drayd, y hasta parecía haberse olvidado de cómo pestañear. Era difícil hacerse una idea de lo que podría estar pensando.


«Papá… ¡no te quedes mirando como si no pasara nada!», se quejó Raidha para sí misma al ver la pasividad de su padre. 


Tres guardias enseguida se levantaron e intentaron atacar a la vez a Drayd. Un ataque parecido no había funcionado anteriormente, y obviamente tampoco lo hizo esta vez. Drayd evitó fácilmente las armas y devolvió el golpe con su mano libre, derribando a dos guardias casi en un segundo. El guardias restante intentó retroceder al verlo, pero antes de poder hacerlo recibió una contundente patada. 


Se podían oír claramente los gritos de dolor de los guardias. Por aquellas heridas no morirían, pero no había duda de que no podrían seguir peleando por mucho más. 


Raidha no pudo retener más sus lágrimas. No sabía qué hacer o de qué lado ponerse. Quería proteger a Drayd, pero no podía soportar que les hiciera daño a los suyos. 


«Espera, ¿ninguno ha muerto?»


Raidha echó un vistazo hacia todos los hombres tendidos en el suelo. Ninguno de ellos parecía tener heridas severas. Drayd únicamente les estaba golpeando hasta dejarlos fuera de combate.


«¿Por qué no usa la espada? ¿Está intentando no matarlos?»  


La cabeza de Raidha era incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Simplemente seguía ahí parada, con las piernas temblando. Pero, ¿por qué estaba temblando?


—¿De-de dónde saca tanto poder? ¡Es un monstruo! —gritó uno de los guardias.   


«¿Tanto poder? La energía oscura que noté en él… no era tanta como...»


Viendo que Drayd se los sacaba de encima como si para él se estuvieran moviendo a cámara lenta, los guardias decidieron atacar a distancia. Empezaron a cargar energía oscura en sus manos, y a los pocos segundos lanzaron multitud de proyectiles. Una gran explosión se escuchó en la posición donde estaba Drayd, pero cuando el humo se desvaneció ya no había nadie ahí.


«¡¿Qué?! ¿No está?» 


Raidha era buena notando distintos tipos de energía, sobre todo la energía oscura. Pudo notar casi al momento los rastros de poder oscuro que venían desde arriba. Al levantar la mirada, como se esperaba, vio a Drayd, cayendo como una bomba. No es una exageración decir eso, pues tan pronto como tocó el suelo, una onda expansiva de energía oscura salió de su cuerpo y mandó a volar una pequeña área del suelo a su alrededor, guardias incluidos.


«Eso… ¿realmente fue una explosión de energía oscura? ¡No puede ser!»  


No había duda de que llevaba energía oscura, pero de nuevo algo no le cuadraba a Raidha. Esa cantidad no debería haber sido suficiente para causar esa explosión. 


«Yo necesitaría usar unas cinco veces más energía oscura para hacer algo parecido…»


Poco a poco, Drayd se levantó y apoyó la espada en su hombro mientras miraba en dirección al padre de Raidha.   


Idiotas, ya es suficiente. Me estáis molestando cada vez más. Dejadme en paz de una vez —se escuchó distorsionadamente desde su boca. 


Otro escalofrío recorrió la columna de Raidha. Esa voz ni siquiera era humana, y mucho menos silphen. Cada segundo que pasaba aumentaba el pánico que sentía. Tenía que reaccionar y parar a ambos lados.


Raidha observó de reojo a su padre, que parecía estar a punto de levantarse y lanzarse él mismo contra Drayd. Una gota de sudor cayó desde la frente de Raidha. Aunque se hubiera quejado ligeramente de su pasividad, en realidad estaba aliviada de que no se hubiera movido. Todo el mundo sabía que los guardias eran guardias únicamente en nombre. En realidad no eran más que meros sirvientes. Después de todo, su padre era más fuerte que todos ellos juntos. Drayd quizás podría enfrentar a los guardias de palacio con facilidad, pero si se enfrentaba a su padre perdería cualquier opción de salvación que pudiera quedarle.


«¿Puedo detenerle? No… ¡debo detenerle!» 


Raidha se sacudió el terror como pudo y empezó a mover sus piernas con dificultad hacia Drayd. Se dirigió hacia su espalda y le sujetó de los hombros con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en ellos sin querer. En ese momento Drayd se giró y la miró directamente a los ojos. Ese simple encuentro cercano con su mirada hizo que Raidha se percatara de dónde venía ese terror irracional que había estado sintiendo todo el rato. 


«Esos ojos…» 


Raidha pudo ver directamente dentro de ese pozo sin fondo capaz de desgarrar el alma de uno. Un abismo sin retorno, donde ni la misma oscuridad residía en él. En ese momento dejó de considerar a eso Drayd.


Raidha lo soltó y retrocedió mientras se tapaba la boca con las manos, que rápidamente quedaron empapadas con sus lágrimas. Su cuerpo se congeló en el sitio y sus piernas, que antes a duras penas obedecían sus órdenes, empezaron a temblar como gelatina hasta que no pudieron aguantar su peso por más tiempo, haciendo que se desplomara contra el suelo entre sonoros sollozos.


«Drayd… acaso… ¿fuiste tragado por ese abismo?»  


Esa cosa ya no tenía esa sonrisa macabra en su cara. Se quedó mirando a Raidha con las cejas arrugadas. 


—Tú…


—¿Eh?  


El corazón de Raidha se saltó dos o tres latidos y su respiración se paró. ¿La había reconocido? Quizás Drayd aún conservaba algo de su cordura… Raidha se mordió los labios con fuerza y se tragó todo el miedo que pudo.


—Escucha, Drayd, ¡para! ¡Así solo empeoras las cosas!


Esa cosa se quedó mirando a Raidha durante unos segundos antes de que una desagradable sonrisa apareciera en su cara.


Drayd… No soy ese idiota.


—¿Eh? —a Raidha se le escapó un sonido de sorpresa. 


La boca de Raidha quedó entreabierta, sin ser capaz de replicar. Si no era Drayd, ¿quién era y de dónde había salido?


—No nos subestimes.


Uno de los guardias se levantó y volvió a cargar contra eso. Como antes, simplemente pateó al guardia en el estómago a una velocidad asombrosa. El guardia cayó sobre sus rodillas, aguantando el dolor.


—Y no creas que actuare como él. No pienso quedarme quieto mirando como alguien trata de eliminarme —la voz distorsionada habló de nuevo.


Esa cosa levantó la espada por encima de su cabeza, apuntando directamente al cuello del guardia.


—¡Suficiente, ni se te ocurra mover esa espada! 


El grito del padre de Raidha resonó por toda la habitación. Se levantó de su trono y desplegó sus magníficas alas. Esa cosa apoyó de nuevo la espada en su hombro y se giró hacia el padre de Raidha.


—Espera… eso es…


Raidha intentó decir algo, pero su padre enseguida la interrumpió.


—He visto suficiente. Raidha, lo que tienes delante no es más que un monstruo. Su existencia es un error que se tiene que corregir aquí mismo. 


—¡Espera papá! ¡No puedo dejar que le hagas daño! Esto es… ¡Yo me haré cargo de mis errores!


Raidha corrió entre ambos, su padre y esa cosa. Su padre suspiró pesadamente al ver que su hija seguía intentando ayudar a esa cosa.


—Hija mía, sabes que te quiero, pero no puedo permitir que cometas un grave error poniéndote de su lado. Este chico ya 

no tiene salvación.


—¡Eso no puede ser verdad! —replicó Raidha. 


Esa cosa no quedó impasible ante las palabras del Rey. Bajó la espada de su hombro, dispuesto a utilizarla y sus ojos se entrecerraron con una seria expresión, mirando directamente al rey silphen. Una colisión entre ambos parecía inevitable.


—Pero yo solo… No quería esto, yo solo… solo... 


Raidha había conocido a Drayd apenas unas pocas horas antes. Se trataba de un completo extraño, pero no quería que muriera por el simple hecho de haberla conocido. Además, era la primera persona de más o menos su edad que había conocido. Si el moría se sentiría culpable por el resto de su vida. Raidha no tenía otra opción que actuar.


Se levantó de un salto y agarró la espada, con intención de detener a esa cosa a cualquier coste. Por su culpa Drayd había sido arrastrado a tal situación. Por su culpa terminó en Nilhemfir. Por su culpa estaba delante de su padre. Por su culpa se había vuelto esa cosa. Todo por su culpa…


«Drayd, si aún sigues aquí… ¡No permitiré que te pase nada más!» 


Raidha sujetó con fuerza a Vurtalis y, con su mano apoyada en la empuñadura, intentó activar el portal dimensional para sacarlos de ahí.


—Lo siento papá… Sé que esto te decepcionará… —susurró Raidha. 


—¡Raidha, ni se te ocurra! —gritó su padre al mismo tiempo que corría hacia ella.


Raidha no tenía ni idea de qué estaba haciendo, pero vertió todo el poder que pudo en Vurtalis mientras suplicaba que los sacara de allí. Al mismo tiempo, deseaba con todo su ser que Drayd estuviera bien.


«¡Por favor, vuelve a la normalidad! ¡Vuelve a ser humano! ¡Por favor! ¡Por favor!»  


Pero mientras su deseo crecía, una gran sensación de pérdida la llenó de arriba a abajo.


«¿Qué es esto? Siento como si todo mi poder fuera succionado. ¿Qué está pasando? No me digas que… ¡¿Me está quitando directamente mi poder?!»  


Cuando el portal se abrió y los empezó a tragar, el cabello de Drayd volvió a su color original. La sensación de pérdida de Raidha se incrementó más y más, hasta la propia espada empezó a encogerse. En ese momento, Raidha tuvo un mal presentimiento…


—¡Raidhaaaaaaaaaaa! —gritó su padre.  


Pero antes de que pudiera hacer nada o el rey de los silphen alcanzarla, el portal ya se había cerrado detrás suyo, dejando al rey silphen parado en medio de la sala sin saber qué hacer.


—Hija, ¿qué has hecho? Esa cosa es un peligro tanto para él como para los demás… Y tú...


Cerró los ojos y los puños con todas sus fuerzas, a la vez que su rostro se distorsionaba en una mueca de dolor. 


—Incluso después de que hice lo imposible por impedirlo.… Dalia, ¿qué se supone que debo hacer ahora? —murmuró mirando al techo, esperando por una respuesta que nunca llegaría.


< Anterior - Índice - Siguiente >

0 comentarios:

Publicar un comentario